Qué significa ser facho en Chile

Si has escuchado la palabra facho en una protesta, en redes sociales o incluso en una conversación de bar, es probable que te hayas preguntado qué implica realmente este término en Chile. No es solo un insulto político: detrás hay una carga histórica, cultural y social que divide aguas. Pero ¿cómo se define? ¿Quién lo usa? ¿Y por qué genera tanta controversia?
Para responder, es necesario viajar en el tiempo, analizar discursos públicos y escuchar a expertos en sociología y política. Este artículo no busca dar una definición estática, sino explorar las capas de un concepto que, como bien señala el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), se ha transformado en una herramienta de polarización.
La raíz histórica: De los fascismos europeos al Chile contemporáneo
El término facho deriva de fascista, una ideología autoritaria que surgió en Europa en el siglo XX, asociada a figuras como Mussolini o Franco. En Chile, sin embargo, su uso se popularizó durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Según el historiador Gabriel Salazar, entrevistado por la Biblioteca del Congreso Nacional, “el régimen militar adoptó prácticas represivas que algunos sectores vincularon simbólicamente con el fascismo, aunque la comparación es discutible”.
Este vínculo histórico explica por qué, hoy, el término se usa para criticar a quienes defienden posturas autoritarias, conservadoras o contrarias a los derechos humanos. Un ejemplo: en 2023, el 34% de los chilenos asoció la palabra facho con “personas que apoyan la dictadura”, según una encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP).
El significado actual: Más que un insulto, una etiqueta política
En el Chile del siglo XXI, facho ha mutado. Ya no solo describe a simpatizantes de Pinochet, sino a quienes promueven ideas como:
- Oposición a cambios sociales (ejemplo: críticas al proceso constituyente).
- Defensa de jerarquías tradicionales (familia, roles de género, etc.).
- Uso de discursos excluyentes contra migrantes, pueblos originarios o la comunidad LGBTQ+.
Así lo explica la socióloga María Emilia Tijoux en un artículo para la Universidad de Chile: “El facho ya no es solo el torturador de los 80, sino quien niega derechos básicos en nombre de un orden que solo beneficia a unos pocos”.
¿Quiénes son llamados fachos? Un perfil en tres dimensiones
1. Políticos y figuras públicas
En 2022, un estudio del Observatorio de Conflictos analizó 500 tuits con la etiqueta #Facho: el 60% mencionaba a figuras como José Antonio Kast (Republicanos) o Sebastián Sichel (ex candidato presidencial). ¿La razón? Sus posturas contra el aborto, la migración o la plurinacionalidad.
2. Ciudadanos comunes: El “facho de WhatsApp”
No hace falta ser famoso para recibir el mote. Según una encuesta de Criteria, el 22% de los chilenos ha sido llamado facho en redes sociales o grupos familiares por opinar sobre temas como:
- “El estallido social fue un vandalismo”.
- “Los mapuche exageran sus demandas”.
3. Instituciones y símbolos
La palabra también se aplica a entidades. Por ejemplo, Carabineros ha sido criticada como “institución facha” por su rol durante el estallido social, según reportes de Amnistía Internacional.
La batalla cultural: Cuando facho se convierte en arma
El uso del término no es neutral. Para algunos, es una forma de denunciar el autoritarismo; para otros, un cancel culture que silencia debates. En 2023, el diputado Johannes Kaiser (Republicanos) demandó a un usuario de Twitter por llamarlo facho, alegando difamación. El caso, aún en tribunales, refleja la tensión entre libertad de expresión y ofensa.
¿Dónde está el límite? Para el abogado constitucionalista Tomás Jordán, entrevistado por CIEPLAN, “el contexto define si el término es un insulto o una crítica política válida. No es lo mismo usarlo en un debate parlamentario que en una agresión personal”.
Facho vs. Progre: El duelo lingüístico de la polarización
La contraparte de facho es progre (progresista), otro término cargado de estereotipos. Esta división se refleja en datos del CEP:
- El 41% de los chilenos cree que el país está dividido entre “fachos” y “progres”.
- El 28% considera que estos términos impiden diálogos constructivos.
La tabla siguiente muestra cómo se perciben mutuamente ambos grupos:
Estereotipo asociado a “fachos” | Estereotipo asociado a “progres” |
---|---|
“Defienden privilegios de élite” | “Quieren destruir la familia” |
“Nostálgicos de la dictadura” | “Apoyan la violencia en protestas” |
“Desprecian a los pobres” | “Imponen ideología en colegios” |
Fuente: Encuesta CEP, 2023.
¿Se puede reivindicar el término? Casos de apropiación
Algunos grupos han intentado resignificar facho para quitarle su carga negativa. En 2021, el youtuber político “El Facho Público” lanzó un viral donde bromeaba: “Soy facho: me gusta el orden, el asado y que me cobren menos impuestos”. El video superó el millón de vistas, pero organizaciones como Funda lo criticaron por “banalizar un término ligado a violaciones de derechos humanos”.
Este fenómeno no es exclusivo de Chile. En España, Vox utiliza facha con ironía en sus campañas, una estrategia que según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) busca conectar con votantes jóvenes.
Cómo identificar discursos “fachos”: 4 señales según expertos
No todas las posturas conservadoras son “fachas”. La psicóloga política Claudia Heiss, en su libro Ruptura (disponible en la Biblioteca Nacional), propone estas banderas rojas:
- Uso de chivos expiatorios: Culpar a un grupo específico (migrantes, feministas) de problemas sociales.
- Nostalgia por regímenes autoritarios: Frases como “En tiempos de Pinochet esto no pasaba”.
- Rechazo a la diversidad: Oposición a leyes de matrimonio igualitario o identidad de género.
- Desprecio por la democracia: Justificar medidas como censura o toques de queda.
El costo de la etiqueta: ¿Afecta la vida cotidiana?
Ser llamado facho tiene consecuencias reales. Un estudio de la Universidad Diego Portales entrevistó a 50 personas etiquetadas así:
- El 62% reportó exclusión en sus círculos sociales.
- El 35% perdió oportunidades laborales.
- El 18% recibió amenazas.
“Me dejaron de invitar a cumpleaños familiares por defender la gratuidad en la educación”, confesó un participante bajo anonimato.
Hacia un diálogo sin etiquetas: ¿Es posible?
Romper esta dinámica requiere esfuerzo. Organizaciones como Tenemos que Hablar, iniciativa apoyada por la Unesco, promueven conversaciones entre personas de distintas ideologías. Su método: prohibir términos como facho o comunista y centrarse en experiencias personales.
Como reflexiona el sociólogo Alberto Mayol en El Mostrador: “Chile no necesita menos conflicto, sino mejores formas de gestionarlo. Las etiquetas son atajos que evitan pensar en la complejidad del otro”.